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I care about myself.
I care about my training
to be the best Valeria
in every situation, in every place.
And if I can give more, I will
Because my goal in life
is to give everything that I am
That’s why I was created.
Ya ven… a esta altura ni siquiera sé en qué idioma hablo.
Me convertí, de un día para el otro, en otra versión de mí misma. Como Audrey Hepburn, que en el transcurso de tres años pasó de ser una princesa rebelde a una florista con acento extranjero, y después a una joven que se va de su ciudad y regresa convertida en mujer.
Así de abruptos fueron mis cambios. Y los agradezco, porque un entorno desafiante me da la oportunidad de comprobar si soy tan tzadika como me gusta creer.
Conservo la lista de todo lo que no quería volver a hacer en este trabajo. Cosas que sé que me hicieron mal y como ya saben, volví a hacer casi todas esas cosas. Pero con más equilibrio y para equilibrarse nada mejor irse para el otro extremo y darnos un rango de zona gris donde los errores no son tan graves.
Por ejemplo: una de las cosas que me había propuesto era no hablar con terceros sobre la vida de otras personas. No hablar, punto. Ni bien ni mal. Pero.
Pero en una oficina llena de mujeres que comparten espacio y tiempo, es normal que alguna comente que se compró un robot para limpiar el piso. Y es casi inevitable —o al menos eso creo yo— que, en algún momento, yo termine contándole a otra que “tal” se compró una máquina nueva cuando la veo buscando precios. Igual sigo intentando no hacerlo.
Pero ayer, con un simple gesto de cabeza, hablé mal de una compañera. Fue un lashón hará silencioso, pero clarísimo: asentí cuando me preguntaron si no deberían echar a “tal” en lugar de “cual”. Hablé sin siquiera haber abierto la boca. Y aunque puedo justificarme a mí misma diciendo que es parte de mi responsabilidad asegurarme de que los equipos de trabajo funcionen y reparar cualquier desperfecto en el proceso, no es mi responsabilidad tomar esas decisiones.
Y desde ayer no me saco esa idea de la cabeza, aunque sé que lo peor que uno puede hacer, después de caer, es seguir golpeándose a sí mismo. Es como si un alpinista cayera desde una cima y, al sobrevivir, lo primero que hiciera fuera empezar a darse puñetazos en las piernas rotas.
Eso es lo que hace el Ietzer Hará: te mete en la cabeza que sos una mala persona. Y después te da el martillo.
Por eso, yo escribo
Cuando lo cuento me siento mejor.
O sea, lo mío es puro egoísmo.
Y les deseo Shabat Shalom.
Un viernes a la mañana
frenta a mi ventana
Desde donde veo toallas
colgadas en un balcón